La ofensiva contra Garzón, persona que levanta filias y fobias, no es sólo un ataque contra ese magistrado, es una ofensiva del fascismo español que puede afectarnos a todos en breve plazo.
No voy a andar con circunloquios ni dando saltos de rama en rama, iré al grano directamente: Si el juez Garzón, de un modo u otro, es apartado de la carrera judicial, este país habrá iniciado un retroceso en el que todos seremos sospechosos por lo que pensemos, hablemos o escribamos, también por lo que callemos. Estamos ante un desafío de la ultraderecha heredera del fascismo español, un desafío que no tiene sólo en la diana al único juez que se ha atrevido a encausar a tres dictaduras genocidas, sino a todo el que piense de manera diferente a ellos. Es por eso que me permito pedir a todos el mayor de los esfuerzos para impedir este linchamiento que nadie se explica, que nadie entiende ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. El pueblo es soberano, la soberanía reside en el pueblo y es el pueblo el que tiene que hablar en este asunto de manera inapelable, por encima de los jueces del Tribunal Supremo, por encima de todas las instituciones, no hay más voz que la del pueblo ni más soberanía que la del pueblo y un pueblo consciente no puede consentir que se los herederos del franquismo sigan impartiendo "justicia".
Del mismo modo, me opongo con todas mis fuerzas a la construcción de un monumento a los fascistas en el cementerio de Valencia, sobre las fosas comunes de quienes llucharon por defender la libertad, la democracia y la dignidad humana; me opongo radicalmente, aquí y en dónde sea menester, a la tergiversación de la historia, al robo de la memoria, a la versión oficial que se está vendiendo, y en la que colaboran muchos intelectuales conocidos instalandos ahora en la equidistancia, mediante la cual todos fueron iguales, todos mataron, todos fueron unos sádicos, poniendo en el mismo plano a los fascistas y a quienes defendían el régimen constitucional de la II República: A Millán Astray y a Unamuno, a Azaña y a Franco, a Negrín y Primo de Rivera.
La construcción de ese monolito es una vergüenza, un antentado al más elemental sentido de la justicia, a las esencias de la democracia, un atropello y un insulto a todos los que se enfrentaron por primera vez y en solitario, ante la cobardía interesada de Inglaterra y Estados Unidos, al nazi-fascismo europeo.
Mi dignidad de ciudadano consciente y amante de la libertad no me permite guardar silencio y me impele a entonar "Un yo acuso": Los franquistas, gracias a una transición no acabada, están tomando posiciones en todas las instituciones del Estado, el Poder Judicial está en sus manos; un sector de izquierda, especialmente el Partido Socialista del País valenciano si es cierto su apoyo a la construcción de esa monstruosidad, colabora con quienes, en nombre del fascismo internacional, acabaron con la democracia española hace ahora 71 años, y poco a poco los revisionistas de la historia, los hijos de Franco van imponiendo la versión edulcorada de la tiranía más curel que ha sufrido Europa Occidental durante el siglo XX, con la colaboración de medios de comunicación, editoriales, distribuidoras y distintas asociaciones que quieren obligarnos a vivir con los fantasmas de cientos de miles de desaparecidos, torturados, asesinados, exiliados, martirizados, es decir con el bochorno y la indignidad eterna. Ningún país, ninguna comunidad, ningún régimen libre que se precie, ningún ciudadano que lo sea, puede vivir ante tal ignominia, ante semejante ultraje a nuestra memoria colectiva. El franquismo, si queremos ser de una vez por todas, libres, ha de ser condenado por todas las fuerzas políticas que no lo sean; la apología del franquismo, utilizando el medio que sea, ha de ser incluida en el código penal, y las fuerzas que no condenen el franquismo declaradas, de inmediato, ilegales.
La dictadura fascista española duró cuatro décadas gracias a una represión brutal y al apoyo de Inglaterra y Estados Unidos, que prefirieron tener un gobierno pelele en España a un régimen democrático. España quedó como una reliquia del fascismo en el corazón de Europa y los españoles sumidos en las tinieblas de una tiranía espantosa. Hoy, setenta y un años después del triunfo del fascismo, treinta y tres años después de las primeras elecciones legislativas, los ciudadanos españoles no podemos consentir, salvo que aceptemos la condición de miserables, que ningún símbolo franquista siga en nuestras calles, que ningún adorador de la tiranía y el tirano ocupe un cargo público, sea el que sea. Ha llegado la hora de decir basta. De ningún modo podemos ser el único país de nuestro entorno con monumentos a criminales y genocidas fascistas, como tampoco podemos ser el único país del mundo que expulse de la Justicia a uno de los
pocos jueces que se han atrevido a enfrentarse a todo tipo delitos dentro y fuera de España, incluido el más grave de todos: El de genocidio y crímenes contra la Humanidad.
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